El T-MEC y el arte mexicano de posponer lo inevitable
Parece que el Secretario de Economía, Marcelo Ebrard, acaba de descubrir que en la política internacional también aplica el clásico “ahorita” mexicano. Este lunes, el ex canciller soltó como quien no quiere la cosa que la revisión del T-MEC —ese tratado que nos tiene más en vilo que un cliffhanger de Netflix— empezaría hasta la segunda mitad de 2025. O sea, cuando el mundo ya esté discutiendo si la IA nos gobierna o si los memes son patrimonio cultural.
“Más o menos es el tiempo que estoy estimando, es decir, el segundo semestre de este año, para iniciar, y ya eso puede ser conveniente para nosotros”, declaró Ebrard con esa tranquilidad de quien sabe que, en el peor de los casos, siempre podrá echarle la culpa al fantasma de Trump y sus aranceles.
Un tratado que nació viejo (y otros dramas geopolíticos)
El T-MEC, ese acuerdo que entró en vigencia en 2020 —justo cuando el mundo se derrumbaba por la pandemia—, vino a reemplazar al TLCAN, el abuelito de los tratados comerciales que nos gobernó desde 1994 (sí, cuando el “Macarena” era lo más revolucionario en la cultura pop). Pero aquí está el detalle: su continuidad pende de un hilo más delgado que la paciencia de un millennial en una fila bancaria.
Y es que, entre Donald Trump amenazando con impuestos como si fueran stickers en WhatsApp y Canadá mirando desde lejos como ese amigo que ya no quiere meterse en pleitos, el T-MEC parece más un trío tóxico que una alianza comercial. Ebrard, por su parte, juega al ajedrez con cronómetro: “Para nosotros es conveniente”, repite, mientras todos imaginamos al equipo negociador practicando respiraciones profundas.
¿Qué significa esto para México? Básicamente, que tenemos otros 18 meses para prepararnos… o para procrastinar como ese trabajo universitario que entregaste “en tiempo y forma” (a las 11:59 PM). Eso sí, con la economía global más volátil que las cryptomonedas, quizá no sea mala idea aprovechar el tiempo. O al menos, como diría Ebrard, “ya veremos”.
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