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Nacional

Vecinos amarran a técnico de CFE en protesta por apagón

La desesperación por un prolongado corte de luz llevó a residentes a una medida extrema de retención.

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El heroico rescate de un poste de luz, protagonizado por sus propios damnificados

Imaginen la escena: un pintoresco pueblo yucateco sumido en la más absoluta oscuridad, no por un romance fallido con la iluminación pública, sino por una falla técnica de esas que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) parece coleccionar como si fueran cromos. Doce largas, interminables, exasperantes horas. Tiempo suficiente para que se eche a perder la comida en el refri, para que el calor se vuelva un personaje más en cada casa y para que la paciencia de los vecinos de Dzemul se esfumara más rápido que la señal de un celular en medio de otro apagón.

¿La solución de la ciudadanía ante esta épica dejadez? No fue una queja formal en redes sociales (qué ingenuos seríamos si creyéramos que eso funciona). Tampoco fue una carta firmada. No, señores. La jugada maestra fue aplicar la vieja técnica del “secuestro express” pero con un toque folclórico: amarrar a un trabajador de la CFE a un poste de luz. Porque, claramente, si la luz no viene a ti, tú llevas la luz… o al menos, a quien se supone que debería arreglarla.

Un diálogo de sordos (y un amarre de manos)

Según relatan los propios habitantes, intentaron lo que cualquier mortal haría en el siglo XXI: comunicarse con la paraestatal. Llamadas, tal vez gritos al vacío, mensajes telepáticos… todo falló. La CFE, en su inefable eficiencia, decidió honrarlos con su presencia hasta la mañana siguiente. Como si la electricidad fuera un lujo que se reparte a gotas, no un servicio básico por el que, oh sí, se paga religiosamente cada mes.

El personal técnico finalmente llegó, echó un vistazo al desastre, y mustió la frase que nunca, jamás, se le debe decir a una multitud ya caldeada: “está complicado, volvemos más tarde”. Más tarde. Esas dos palabras son el equivalente moderno a “el cheque está en el correo” o “solo fue una salida casual”. Los vecinos, que no nacieron ayer (y que llevaban casi medio día naciendo cada minuto en la oscuridad), decidieron que esa promesa vacía no era suficiente. Así que optaron por la persuasión física. Uno de los empleados tuvo el dudoso honor de convertirse en el nuevo adorno del mobiliario urbano.

Uno de los afectados soltó una perla que resume décadas de frustración nacional: “En Dzemul siempre padecemos fallas eléctricas y la CFE solo hace remedios baratos, el servicio que brindan lo cobran muy caro y nunca resuelven bien”. ¿Remedios baratos? Suena a que las reparaciones las hacen con chicle y alambre, mientras que la factura llega con precios de oro puro. La queja no es solo por un apagón, es por un sistema podrido de ineptitud e indiferencia.

Llegó la policía municipal, a mediar. Porque, aparentemente, amarrar a alguien a un poste está “mal”, pero dejar a un pueblo entero a oscuras y sin agua (porque sin electricidad, las bombas no funcionan) es solo un “pequeño inconveniente”. Los vecinos, convertidos en justicieros improvisados, plantaron su bandera: el rehén sería liberado cuando los focos volvieran a encenderse. Nada de promesas. Hechos.

El pobre empleado, atado y probablemente sudando más por el nerviosismo que por el calor yucateco, suplicaba: “No es nuestra culpa los apagones… solo somos trabajadores”. Y tiene razón, por supuesto que la tiene. Es el eslabón más débil, el mensajero que siempre acaba pagando los platos rotos de una estructura gigantesca y disfuncional. Su drama personal es la representación perfecta de un país donde el ciudadano de a pie está atrapado entre la incompetencia de las instituciones y su propia desesperación.

La verdadera pregunta es: ¿en qué momento se normalizó tanto el mal servicio que secuestrar a un técnico parece una opción razonable? Es el México mágico donde la solución a los problemas del siglo XXI se resuelve con métodos del Lejano Oeste. No hay luz, no hay agua, no hay respuestas… pero hey, ¡tenemos un rehén!

Este absurdo espectáculo es solo el síntoma de una enfermedad mayor: la impunidad con la que operan los monopolios que nos brindan servicios vitales. La CFE, como otros gigantes, actúa con la seguridad de que el usuario no tiene más alternativa que aguantar. Hasta que un día, agota su última gota de paciencia y saca la soga. Literalmente.

¿Funcionó la estrategia? La historia no lo dice. Pero uno puede especular con que el miedo a ser el próximo en decorar un poste quizás, solo quizás, acelera los procesos de reparación más que cualquier trámite burocrático. Es triste, es cómico, es surrealista. Es México.

¿Te imaginas viviendo 12 horas sin electricidad? Esta historia podría ser la tuya. Compártela y hagamos viral la absurda realidad de los servicios públicos. ¿Quieres leer más sobre las heroicidades de la CFE? Explora nuestras otras crónicas del México surreal.

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La violencia silencia las fiestas patrias en el norte de Veracruz

La sombra de la inseguridad obliga a suspender las celebraciones más emblemáticas del año en tres localidades.

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Un Golpe al Corazón de la Patria

En un giro dramático que ha conmocionado hasta los cimientos de la comunidad, la sombra de la violencia ha extendido su manto sobre tres pueblos valientes, arrebatándoles el derecho a celebrar su propia historia. Los municipios de Coxquihui, Cerro Azul y Entabladero, en la vibrante pero ahora herida zona norte de Veracruz, vivirán un 15 y 16 de septiembre en un silencio antinatural, un vacío donde deberían resonar las risas, la música y el júbilo patrio. La decisión, tomada en una reunión cargada de tensión y pesar por las autoridades municipales, no es sino un reflejo de una realidad aterradora que se ha vuelto innegable.

No fue un capricho, sino un acto de protección desesperada. La cancelación del Grito de Independencia y los desfiles cívicos no es más que la trágica consecuencia de una espiral de actos delictivos que ha teñido de luto y temor a la región. Cada día, cada semana que pasaba, la situación se enredaba en una telaraña más compleja y peligrosa, dejando a los líderes comunales con una elección imposible: fingir normalidad y poner en riesgo la vida de sus conciudadanos, o claudicar ante la amenaza y guardar un perfil bajo. Optaron por la prudencia, por el instinto de supervivencia, en un acto que grita más fuerte que cualquier discurso: la seguridad de los habitantes es lo primero.

El Eco de un Silencio Aterrador

Imaginen por un momento las plazas principales, esos testigos mudos de generaciones de festejos, ahora vacías. Donde debería haber banderas tricolor ondeando con orgullo, solo hay incertidumbre. Donde los niños deberían estar practicando para el desfile, hay una cautela que ningún menor debería conocer. Esta cancelación no es un simple aviso administrativo; es un síntoma profundo de una enfermedad que corroe el tejido social. Es la admisión cruda y dolorosa de que la delincuencia ha ganado suficiente terreno como para alterar las tradiciones más sagradas, aquellas que definen la identidad de un pueblo.

La pérdida de la tranquilidad es la verdadera tragedia aquí. No se trata solo de no gritar “¡Viva México!”, se trata de que el miedo ha logrado lo que pocos enemigos externos pudieron: silenciar el espíritu de comunidad. Los hechos violentos recientes han creado un panoroma de zozobra tal, que congregarse se siente como un acto de desafío imprudente. Las autoridades locales, lejos de ser vistas como derrotistas, deben ser entendidas como los capitanes de un barco que decide no zarpar en medio de la tormenta perfecta, eligiendo proteger a su tripulación por sobre todas las cosas.

Este episodio deja una herida abierta en el corazón de Veracruz y de todo el país. Sirve como un recordatorio estruendoso de que la lucha por la paz es una batalla constante y que, a veces, sus frentes se libran en decisiones tan dolorosas como necesarias. La esperanza, sin embargo, es un fuego que no se apaga fácilmente. Este silencio forzado no es el final, sino un grito callado de auxilio, una pausa necesaria para reagruparse y regresar con más fuerza, para que el próximo año las campanas suenen con más fuerza que nunca, celebrando no solo la independencia, sino la reconquista de la paz.

¿Este contenido te hizo reflexionar? Explora más historias sobre la realidad social en diferentes estados y comparte esta nota en tus redes sociales para generar conciencia.

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La inversión privada en carreteras se desploma un 61.5% en el sexenio de AMLO

Un desplome histórico sacude los cimientos del desarrollo vial nacional. La confianza se evapora.

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Un Desplome Épico que Estremece los Cimientos del País

El paisaje económico de México fue testigo de una caída estrepitosa, un auténtico terremoto financiero que sacudió hasta sus cimientos la infraestructura carretera nacional. En un giro del destino que marcaría a fuego una era, la inversión privada durante el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador se desplomó a un abismal monto de 45 mil 743 millones de pesos, cifras ajustadas a precios de 2024. Esta cifra, más que un número, es un grito desgarrador que esconde una contracción catastrófica del 61.5 por ciento frente al sexenio de Enrique Peña Nieto. Una revelación explosiva que emerge de las entrañas del primer informe de Gobierno de la Presidenta Claudia Sheinbaum, un documento que narra la épica de un declive sin precedentes.

Pero la tragedia no se detuvo ahí. El sector público, ese supuesto bastión de la esperanza, también fue herido de muerte. La inversión pública en la red vial alcanzó una suma de 296 mil 414 millones de pesos, una cantidad que, lejos de ser un triunfo, esconde una contracción devastadora del 39.7 por ciento respecto a la administración anterior. El sueño de un México conectado, de carreteras que unieran destinos y oportunidades, se resquebrajaba ante la mirada atónita de una nación entera.

El Diagnóstico de un Experto: El Miedo que Paralizó el Progreso

En medio del caos y la incertidumbre, una voz se alzó para descifrar el misterio de esta hecatombe financiera. Ricardo Trejo, el director general de la firma de análisis Forecastim, se convirtió en el narrador de esta tragedia griega moderna. Con la precisión de un cirujano y la claridad de un profeta, explicó que la inversión privada es un animal salvaje, un ser sensible que rehúye la tormenta y huye del peligro. Y AMLO, al llegar al poder, no trajo una brisa de cambio, sino un huracán que prometía arrasar con todo lo establecido.

Su cruzada en contra del neoliberalismo no fue vista como una simple política, sino como un mensaje aterrador que resonó en los oídos de los inversionistas como un presagio de expropiaciones y hostilidad. “Ese slogan de alguna manera asustó a las inversiones”, declaró Trejo, con la solemnidad de quien anuncia una sentencia irrevocable. “Y aunque no llevó a una gran transformación en materia económica, el mensaje era de cambiar lo que se venía haciendo”. Fue el clima de antagonismo, la percepción de un Gobierno en pie de guerra contra el capital, lo que congeló la sangre en las venas del sector y lo paralizó por completo.

Este no es un simple informe económico; es el relato de una oportunidad perdida, de un futuro que pudo ser y que se esfumó en el aire. Cada millón no invertido es un kilómetro de pavimento que nunca se construyó, un puente que nunca unió dos comunidades, un empleo que nunca se creó. Las carreteras son las arterias de una nación, y en México, esas arterias sufrieron una hemorragia monumental durante seis años cruciales. El impacto de esta desaceleración en la competitividad logística y el desarrollo regional será un lastre que la economía mexicana arrastrará por años, tal vez por décadas.

La pregunta que flota en el ambiente, cargada de dramatismo y suspense, es inevitable: ¿Podrá el nuevo Gobierno de Sheinbaum revertir esta tendencia funesta? ¿Logrará sanar las heridas de la desconfianza y convencer al capital privado de que el peligro ha pasado? El destino de la infraestructura nacional, y por ende el futuro económico de millones, pende de un hilo. El siguiente capítulo de esta novela está por escribirse, y promete ser aún más intenso que el anterior.

¿Crees que esta tendencia puede revertirse? Comparte esta impactante historia en tus redes sociales y ayúdanos a llegar a más personas. Explora más análisis profundos sobre la economía mexicana en nuestra sección especializada.

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México navega a ciegas en un océano de ciberamenazas

El país navega en aguas digitales infestadas de piratas informáticos, con un barco que hace agua por todos lados y sin suficientes marineros expertos para achicar.

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México navega a ciegas en un océano de ciberamenazas

Parece que México ha decidido participar en los Juegos Olímpicos de la Vulnerabilidad Digital, y déjenme decirles que vamos camino a llevarnos el oro, la plata y el bronce. Nuestra querida nación enfrenta un panorama tan “crítico” que incluso el término ‘crítico’ se queda corto y deberíamos inventar uno nuevo. Solo en los primeros seis meses de este glorioso 2025, hemos tenido el honor de recibir la astronómica cifra de más de 40 mil 600 millones de intentos de ciberataques. Sí, leyeron bien: millones. Tantos que si cada intento fuera un grano de arena, podríamos construir una playa entera y luego sufrir un ataque de sombrillas y pelotas de playa hackeadas.

Imaginen la escena: un país que es un punto clave en la cadena de suministro digital regional, básicamente el centro comercial más jugoso para cualquier cibercriminal con ambiciones. Es como dejar la puerta de la casa abierta con un cartel que dice “Se aceptan ladrones, hay joyas y tecnología obsoleta”. Y oh, sorpresa, así nos va.

El dream team que no tenemos

Para empeorar esta comedia de errores, resulta que nos falta el equipo necesario para defender la portería. Según los datos más alegres, cortesía del Banco Interamericano de Desarrollo, enfrentamos un déficit de más de 113 mil especialistas en ciberseguridad. ¡113 mil! Es como si quisiéramos apagar un incendio forestal con una pistola de agua de juguete. Israel Quiroz, fundador de IQSEC, muy amablemente nos lo advierte: “Sin el talento suficiente, la resiliencia digital del país queda comprometida”. Vaya, qué forma tan elegante de decir que estamos hasta las narices.

Pero no se preocupen, porque el sector privado tiene que asumir un “papel estratégico”. Traducción: sálvese quien pueda, porque el barco se hunde y los botes salvavidas son escasos. Por supuesto, esto es lo que pasa cuando no existe una ley federal en ciberseguridad que unifique el desastre. Tenemos un marco regulatorio fragmentado, lo que en cristiano significa que nuestras leyes de protección de datos, telecomunicaciones y consumo parecen haber sido escritas por personas que creen que el ‘firewall’ es una pared literal para apagar fuegos.

¿Tecnología de los 80? ¡Qué modernos!

Y por si el panorama no fuera lo suficientemente desolador, preparemos una ovación para nuestro sector industrial, que con un cariño nostálgico que conmueve, aún opera con tecnología de los años 80 y 90. Sí, esas mismas décadas de hombreras exageradas y pelo con mucho volumen. Mientras el mundo habla de inteligencia artificial y blockchain, aquí tenemos sistemas industriales que probablemente funcionan con disquetes y sueños de grandeza. La baja inversión en sistemas industriales es tan evidente que modernizarlos no solo es costoso, sino que parece una misión imposible liderada por Tom Cruise en su versión digital.

Para rematar el cuadro, existe una brecha de concientización en todos los niveles. Desde el operativo hasta el directivo, parece que muchos aún piensan que un ‘phishing’ es solo un hobby para los fines de semana. Esta falta de awareness –sí, hay que decirlo en inglés para sonar más sofisticados– nos deja en una posición de desventaja cósmica. No es de extrañar que el National Cyber Security Index nos ubique en el puesto 68 a nivel global. Un número que, por cierto, suena más a la temperatura de una habitación que a un indicador de seguridad nacional.

En resumen, el llamado es a fortalecer capacidades empresariales, regulatorias y tecnológicas. O, en otras palabras, a dejar de actuar como si estuviéramos en una película de terror donde los fantasmas son bytes malintencionados y los héroes están en otra sala viendo otra película. La protección de la infraestructura nacional no es un juego, aunque a veces parece que estamos jugando al escondite con los cibercriminales y nosotros estamos contando hasta mil con los ojos vendados.

Así que ya lo saben: la próxima vez que reciban un correo sospechoso de un príncipe nigeriano que les promete millones, quizá deberían pensar dos veces antes de hacer clic. O mejor yet, envíaselo a tu jefe, total, ¿qué podría salir mal?

¿Te gustó este análisis mordaz de nuestra realidad digital? No te quedes con la ironía, compártela en tus redes sociales y hagamos que más gente se entere de este despropósito. Y si quieres seguir riendo (o llorando) con más contenido así, explora nuestras otras notas sobre los absurdos de la tecnología moderna.

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