El siglo veinte mexicano estuvo marcado por la lucha ideológica durante el largo trayecto que va, de Ricardo Flores Magón a Jesús Reyes Heroles y Octavio Paz, para mencionar a pensadores representativos de los comienzos y el final del periodo. En ese espacio de tiempo hubo momentos en que las ideas iluminaron el escenario de la política nacional. Fue famosa la polémica entre Vicente Lombardo Toledano y Antonio Caso, en la cual el primero sostuvo los principios del materialismo histórico y el segundo la doctrina cristiana que ubica el destino humano en una perspectiva trascendente. Ambos creían que el futuro del país dependía de una opción fundamental. La unidad de idea y praxis dio consistencia a los planteamientos de José Vasconcelos, expresados con tal fuerza, que despertaron el entusiasmo en amplios sectores de la sociedad y especialmente en la juventud, siempre deseosa de explorar nuevos caminos hacia el futuro. Manuel Gómez Morín fundó l Partido Acción Nacional en 1939, tomando como fundamento y fin de la política el bien cmún. L ideario requería vocación heroica de servicio a la comunidad que muy pocos entendieron. Como sea, es necesario reconocer la valiosa aportación del panismo original a la democracia en México. En su momento, Jesús Reyes Heroles fue artífice, desde la Secretaría de Gobernación, de reformas que respondieron al concepto de la sociedad como una realidad en constante movimiento; la estabilidad es un equilibrio dinámico, no pasividad inerte, sostenía el tuxpeño. Un acontecimiento de extraordinaria trascendencia histórica, el desplome del socialismo estalinista en 1991 y su consecuencia: la consolidación de la hegemonía del mercado, dio paso a la llamada era del fin de las ideologías, donde el debate de las ideas resultaba irrelevante, pues ahora ya se sabía todo lo que debe saberse y la política podía sustituirse, con ventaja, por la administración tecnocrática. Despojada de su cometido, la política se degradó a lucha por el poder para saciar apetitos egoístas; en este clima de confiscación de ideas y valores, se impuso el pragmatismo más elemental: Maquiavelo en su mínima expresión. Más como la historia no obedece consignas siguió su marcha y a poco, el triunfalismo quedó desmentido por las contradicciones internas del modelo económico neoliberal, dándose las condicions para el etorno de la política; y, con él, la recuperación del protagonismo del Estado. En este contexto del retorno de la política, es para mí muy grato ser uno de los presentadores del libro El Camino de México del canciller Marcelo Ebrard Casaubon. Político conocido y reconocido por su participación en la vida pública nacional es, sin duda, uno de los aspirantes más competentes para suceder al presidente Andrés Manuel López Obrador. Quizá el término competente no sea el más idóneo para describir las cualidades requeridas por quien habrá de enfrentar problemas difíciles y complejos en la política interior y en el ámbito de las relaciones internacionales. En vez de competente, preferiría decir poseedor de la virtud política en el sentido de Aristóteles, Francisco Victoria y Las Casas. Ahora bien, en ambos escenarios: la política interior y exterior, Marcelo Ebard ha acreditado su capacidad de diálogo para encontrar soluciones. En los foros internacionales devolvió el prestigio a la política exterior de México, con la defensa firme de la soberanía y la libre autodeterminación de los pueblos. Y lo hizo, cosa digna de destacarse, apoyado en la fuerza moral de los argumentos, evitando el peligro de encasillar al país en un bando en la actual lucha geopolítica.
Esta imagen de político conciliador que ofrece resultados, reitero, explica su posicionamiento ante la opinión pública. Pero este mismo hecho despierta, en los ciudadanos, el deso de conocer más a fondo al personaje; y a él, le impone la responsabilidad de mostrar sin regateos al hombre que hay detrás del político. Así lo comprendió y con su libro El Camino de México, entrega a los lectores la imagen fiel de sí mismo. En esta obra revela, además, el talento del escritor, forjado al contacto con la buena literatura. Mi primera impresión al empezar a leer El Camino de México, fue la de descubrir a un político culto que sabe comunicar su pensamiento, sus emociones y sus esperanzas y despierta simpatías por la autenticidad con que comparte sus experiencias. El Camino de México responde a las preguntas de quien es Marcelo Ebrard y que puede esperarse de él si cumple su anhelo de ser presidente de la República. Su abuela María de la Luz Maure y García del Valle, a quien nuestro político evoca con cariño y respeto, poseía un carácter de esos en los que la ternura y firmeza se armonizan. Nos trae a la mente a las matronas romanas de los tiempos heroicos de la República. El nieto le atribuye haber aportado los elementos primordiales de su formación. Ella despertó y alentó sus intereses intelectuales, en particular su gusto por la lectura que, nos dice, hizo de él un devorador de libros. La abuela sagaz e intuitiva, al observar su inclinación hacia el oficio político anticipó sus logros. El mal, le decía, haciendo suya la convicción de Vasconcelos, había triunfado, dando a entender que envenenaba la vida pública y que así continuaría, hasta que llegue alguien como tú -le dijo- que haga realidad aquello que nuestra generación no pudo. Nuestro personaje no ha olvidado esas palabras; hoy las asume en la visión generosa de un país que lo tiene todo para cumplir el sueño de millones de mexicanos. Llegó la hora, asegura con énfasis Marcelo Ebrard de dar el salto definitivo. Los lectores deben agradecer al canciller Ebrard haber salido de su hermetismo, que, nos cuenta, es su manera habitual de ser, porque además de disfrutar de una lectura ágil que transparenta los entresijos de la política nacional, deja enseñanzas valiosas a quienes buscan incrementar su cultura política, ésta es indispensable para construir la ciudadanía que participar tanto en la elección racional de sus representantes, cuanto en el desempeño del gobierno, operando en calidad de instancia crítica y orientadora del Estado. En El Camino de México se consigna con veracidad la forma de actuar del político Marcelo Ebrard. Esta actitud de exponerse abiertamente al escrutinio público, es la mejor carta de presentación ante la ciudadanía, del hombre que quiere gobernar el país. También es un indicio de su confianza en que la mejor manera de hacer política, consiste en la autodefinición puntual ante la ciudadanía, a fin de contar con la adhesión sincera de quienes comparten los mismos ideales. En El Camino de México, el autor recuerda la intervención de radicalismos religiosos y seculares, como se vivieron en la época de Plutarco Elías Calles; versiones dogmáticas de doctrinas sociales y, en la actualidad, el simple afán de poder para colmar ambiciones egoístas. En el espacio de la política con su miseria y su grandeza, Marcelo Ebrard Casaubon cumple su vocación, vive las emociones intensas de encuentros y desencuentros; de alianzas sinceras y las que obedecen a la conveniencia. En ese mar donde naufragan los imprudentes y los pragmáticos de coyuntura, Marcelo Ebrard ha encontrado su sitio, confirmándose en la seguridad de un camino para el país, forjado por valores y principios democráticos, recreados en el crisol de nuestra experiencia histórica. Para él, el logos de la política es al mismo tiempo razón práctica y palabra; la primera ilumina la realidad social y ofrece soluciones a los problemas concretos; la palabra favorece la apertura a los demás mediante el diálogo, posibilitando el consenso para la acción común.
Los lectores de El Camino de México podrán constatar el tono directo del relato, sin las ambigüedades con las que suelen enmascararse los errores propios. Para un servidor este es el más alto mérito del estilo del libro y, recordemos, el estilo es el hombre.
Muchas gracias
Xalapa-Enríquez, Ver. 28 de abril 2023
Marcelo Ramírez Ramírez