El último blockbuster del año arranca con la misma secuencia inicial de Matrix (1999), pero esta vez es otra persona quien toma el lugar de Trinity, y en cuestión de segundos aparecerá Morpheus, ahora interpretado por Yahya Abdul-Mateen II.
La líder de un grupo de resistencia, Bugs (Jessica Henwick), lo está observando todo. Ellos siempre creyeron que Neo (Keanu Reeves) seguía vivo, y pronto nos encontraremos con él. Ahora es un renombrado creador de videojuegos que parecen ser justo las otras tres películas de la saga.
Con este inicio, la directora Lana Wachowski (sin su hermana Lilly) hace una crítica aguda sobre la obsesión colectiva por las secuelas, remakes, y reboots, y la sátira autorreferencial es tan burda que es un milagro que no rompiera la cuarta pared. “¿Para qué usar código viejo para hacer algo nuevo?”, pregunta un personaje.
Christina Ricci y su maravillosa peluca entonces aparecen para dar pie a un ingenioso montaje al ritmo de “White Rabbit”, de Jefferson Airplane, que lleva estos temas a tierra firme.
Después, al seguir a Neo, notamos que hay algo en su mundo que se siente extraño. Un gato negro se aparece constantemente, y sí, se llama Déjà Vu.
Su compañía se llama Deux Machina, el juego se llama Binary, y la cafetería que frecuenta se llama Simulatte.
Wachowski y sus coescritores básicamente nos están diciendo que si los temas de la saga no nos habían quedado claros, aquí van de nuevo explícitamente delineados.
Este sincero arrebato resulta ser lo mejor de una cuarta entrega que se siente eterna, con un segundo acto repleto de verborrea y aristas filosóficas que recuerdan también lo peor de su predecesora.
Es hacia el final cuando vuelve a levantar con injerencia de Jonathan Groff y Neil Patrick Harris en una caótica escena de acción que aun así no le llega ni a los talones a las espectaculares secuencias de las primeras entregas, pero que aquí encuentra en una historia de amor el elemento crucial para tener algo en juego.
Una historia que pone al centro a Trinity (Carrie-Anne Moss), quien tiene las mejores escenas de la película y le da pulso a una enmarañada -aunque siempre única- epopeya.