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CIUDAD DE MÉXICO.- En su faceta como arreglista y compositor, Alejandro Marcovich creó un sonido propio, el cual es identificable en cuanto suenan las primeras notas.
Después de que la periodista Lydia Cacho lo señalara por ejercer violencia contra su esposa, Gabriela María Martínez Luna, y sus hijos, Béla y Diego, Gente contactó a una mujer que trabajó con el ex Caifanes y que, al igual que ellos, fue víctima y testigo de varias agresiones. Por razones de seguridad, habló en condición de anonimato.
Marcovich, hoy de 63 años, residía en un departamento con un comedor repleto de documentos y platos con comida descompuesta; la cocina tenía una pila de trastes sucios, y el baño, lleno de residuos fecales. Dormía en un colchón sobre el piso rodeado de cajas, discos, libros, botas, comida y sus guitarras, lo más preciado para él.
Después de dos meses, ella se puso a limpiarlo y dejarlo más habitable.
“¿Qué tan abandonado debe estar un ser humano para obligarse o castigarse a vivir de una forma así?”, reflexionó la mujer, quien en varias ocasiones convivió con los hijos del músico.
Una vez, Diego tuvo neumonía, y aunque se sentía mal, Marcovich aseguró que solamente lo hacía para “llamar la atención” e incluso le tiró su medicamento. Lo chantajeaba echándole la culpa de su supuesto intento de suicidio años antes. A raíz de ese episodio, su hijo tuvo que tomar antidepresivos.
Luego, ante los malos tratos y desplantes que Marcovich tenía hacia el público, equipo de producción y empresarios, la entrevistada se dio cuenta de que seguir trabajando con él era una bomba de tiempo, así que buscó cualquier error para usarlo como un pretexto y terminar toda relación con él.
El 14 de febrero de 2015 estaban en la casa de Marcovich. Él se molestó, se levantó, le aventó la mesa y le gritó. Cerró la puerta con seguro para no dejarla salir del departamento. Durante la discusión, ella recibió la llamada de una persona con la que había quedado de verse, pero él le quitó el celular y lo lanzó, sin darse cuenta de que la llamada seguía. El músico empezó a golpearla por todo el cuerpo y luego la sacó del departamento; la dejó semidesnuda.
La persona al teléfono había escuchado todo y envió un abogado para que la acompañara a denunciarlo en el Ministerio Público.
“Es que ya está de moda que vienen a denunciar a los caballeros y ya que le sacan lana, se arrepienten”, le dijo el servidor público al intentar presentar la denuncia.
No obstante, el trámite tampoco procedería porque el hecho ocurrió en una alcaldía distinta. No pudo demandar.
La mujer y Marcovich tuvieron que verse de nuevo porque había algunos compromisos laborales por cumplir antes de finiquitar la relación. En pleno aeropuerto, rumbo a un compromiso en provincia, Marcovich comenzó a jalonearla, pero el resto de músicos la defendió. Al llegar al destino, fueron a recoger el equipaje y la lanzó al piso con la maleta de los cables.
Las agresiones continuaron. Al llegar al hotel, Marcovich averiguó su habitación para acosarla, pero no contaba con que la estaban esperando para cenar y hasta mandaron elementos de seguridad para que la dejara en paz.
“Te vas a acordar de mí”, la amenazó. En venganza, Marcovich tampoco le pagó a su banda.
Durante su estancia en un estado del sur del País, se percató de que sus tarjetas bancarias estaban vacías. Revisó los cargos y encontró que Marcovich había gastado 22 mil pesos por cada dosis de quimioterapia que necesitaba.
Otro de los compromisos fue una firma de autógrafos en la que Marcovich rubricaría artículos comprados en el momento. Explotaba cada vez que alguien le mencionaba a Caifanes.
En otra fecha, durante un vuelo con escala, a ella se le bajó la presión. Fue trasladada al área premier para medicarla, pero Marcovich quiso impedirlo argumentando que quería “llamar la atención”. Al aterrizar, la bajaron en silla de ruedas para darle oxígeno, si bien él trató de evitar la atención médica. Hubo alguna agresión posterior, ya en el hotel.
Al regresar a casa, la acusó de robarle una cámara fotográfica y otra vez en el aeropuerto le armó un escándalo, abrió su maleta y le arrojó toda su ropa. Ella prefirió perder el vuelo para ir a denunciarlo por golpes y amenazas.
Mientras trabajaron juntos, él la designó su responsable médico legal, pero cuando terminaron, le pidió quitarse dicha responsabilidad. Quedaron de verse en la casa del músico, en Villa Olímpica, un día a las 13:00 horas. Él la chantajea con la mentira de entregarle el documento. De nuevo cerró la puerta, le pidió hincarse, ella no accedió e intentó salir, pero él la jaló del cabello para golpearla e insultarla. Un infierno. Así, hasta dar las 22:00 horas.
“Llegó un punto en el que ni siquiera me dolía. Le decía: ‘¿Y qué? Los golpes se me van a quitar’”, recordó la entrevistada, entre lágrimas.
Pidió un taxi de aplicación, pero sin que ella se diera cuenta, él solicitó otro. Como no se fijó en las placas, abordó el vehículo equivocado y Marcovich subió con ella. Durante el trayecto, él la golpeó; luego abrió la puerta y la tiró sobre Periférico. Asustada, con el temor de ser atropellada, volvió al coche, continuaron el viaje hasta la casa de la mujer y pidió al chofer llamar a una patrulla.
La unidad llegó, pero los policías le dijeron que atienden a quien primero solicita el apoyo. En ese caso, el servicio del auto estaba a nombre de Marcovich.
Ya en su domicilio, ella solicitó otra patrulla. Todo se fue haciendo más grande y llegaron hasta cuatro patrullas. Ella pidió orientación para ir al Ministerio Público y denunciarlo, pero los policías no la ayudaron. Marcovich aseguró que tenía un aura y les contó sus antecedentes médicos. “Soy Alejandro Marcovich, el de Caifanes”, les decía.
Presa de la impotencia y desesperación, al final los oficiales amenazaron con llevarla a la alcaldía por alterar el orden en la vía pública y escoltaron a Marcovich de vuelta a su casa. Su “roomie” la acompañó ante la autoridad y nuevamente le dijeron que no podía levantar ninguna denuncia por violencia porque el delito no se cometió en su demarcación. Solamente levantó un acta porque los policías no hicieron su trabajo.
Marcovich se adelantó. Se presentó en la Alcaldía Tlalpan y la denunció por supuesta extorsión. Ella y su “roomie” fueron a dicha dependencia y se encontraron con el mismo servidor público, quien le preguntó que si tenía testigos de los golpes recibidos. En el fondo, no pudo demandarlo porque seguía siendo la responsable médico legal de su agresor.
Un médico legista la revisó y tomó nota de los golpes. El servidor público la mandó a descansar a su casa, y pese a que ella solicitó que le mostraran las pruebas de la denuncia por extorsión, se las negaron. Luego, su “roomie” la llevó a un médico particular para registrar las contusiones.
Temiendo por su seguridad, se mudó de colonia y compartió departamento con dos personas.
Una madrugada, a las 2:00 horas, alguien tocó la puerta. Ella abrió, pensando que era alguno de sus compañeros. Su rostro cambió al ver a Marcovich, cinturón en mano para golpearla.
“Conque aquí vives, qué bien te escondes”, le dijo.
Por suerte, uno de los “roomies” se despertó y consiguió que el guitarrista se marchara.
HASTA LOS AMIGOS
Marcovich llegó a contarle a su esposa, Gaby Martínez, que la mujer que trabajaba con él, protagonista de esta entrevista, había amenazado a su hijo, Diego, por lo cual el músico le compartió su dirección y teléfono.
Contactada por Gaby, le respondió que todo eso era falso y que podían verse para aclarar la situación. Así fue. Se reunieron e, irónicamente, luego de platicar surgió una conexión entre ambas que, con el tiempo, se convirtió en amistad. Empezaron a apoyarse entre ellas.
Para corroborar que Marcovich fabricó una mentira, la mujer le dijo a Gaby que le preguntara a Diego quién lo había cuidado de la neumonía y quién lo defendía de su padre. Todo hizo sentido. La esposa le agradeció las atenciones.
Aun así, la víctima señala que Marcovich no desaparecía de su vida. Que una vez la sacó de un bar para agredirla. Que mensajes en redes sociales revelaban la agenda que tenía la mujer. Que hablaba mal de ella con otras personas y amigos en común. En una feria del libro, afirma, llegó a acosarla al grado de que fue boletinado para prohibirle el acceso.
Cuando supo que tenía una nueva novia, pensó que por fin se libraría de él, pero, en realidad, empezó a buscarla pidiéndole volver a trabajar juntos. En sus llamadas, continuaron las agresiones verbales.
“Malamente, llega un punto en el que es tanta la agresión que la normalizas”, aseguró.
En el cumpleaños de un sobrino, ella publicó una foto diciendo que era el único hombre de su vida. Marcovich, contó, se puso celoso y empezó a vigilarla frente a su departamento; hasta mandó gente a espiarla.
Veía camionetas o carros ajenos a su domicilio. Cuando sus visitas se iban, alguien la llamaba por teléfono y daba detalles de su gente, para intimidarla. Ella se encerraba en su cuarto con llave y comida suficiente para no tener que salir.
A su departamento se ingresa mediante un elevador directo y cada piso cuenta con llave única. Como ella no tenía coche, cedía a los vecinos sus cajones de estacionamiento.
Un día organizó una reunión con amigos. Encontró un carro con una escalera. Como nadie le avisó, escribió una nota reclamándoles. Al momento de colocar el recado sobre el parabrisas, encontró una bolsa y la jaló. Al instante, sintió ardor en las manos.
Subió al departamento, tomó un trago de mezcal, se sacó fotos con los amigos y bailó con alguno. Después no recordó nada.
Al día siguiente, su vómito la despertó. No veía nada, le dolía la cabeza y tenía mareos. Fue internada en un hospital y le dijeron que se infectó con una dosis muy alta de burundanga. También a sus amigos les hicieron la prueba toxicológica. Salió positiva porque esa sustancia se transmite por contacto físico.
Los vehículos continuaron vigilando. Apagaron las luces, fotografiaban a la víctima.
Después, ella salió de viaje a Chile con su hermana. Al regresar, se percató de que alguien había entrado al departamento. Vio que no habían robado nada de valor. Había huellas de pisadas y temió que hubieran esparcido la droga de nuevo.
Por precaución, las hermanas limpiaron la casa durante dos días. Después fueron al Ministerio Público a levantar un acta, pero no procedió al no existir un robo y por estar ya limpio el lugar. Solicitaron el Código Águila, en protección a mujeres víctimas de violencia, con cobertura en la Alcaldía Cuauhtémoc.
No obstante, una amiga, quien la visitó, vio un día a Marcovich espiando la casa desde la calle.
En otra ocasión, al ir al banco, el músico siguió a la entrevistada, la tomó de la cabeza y le dijo: “Así que sigues viva. Mis amiguitos no hicieron bien su trabajo”. Ella corrió al banco a pedir ayuda y logró que un policía la acompañara de vuelta a casa. Esa noche, Marcovich le habló por teléfono para pedirle un cheque por 80 mil pesos a cambio de dejarla en paz. Pensó en dárselo, con la intención de denunciarlo por extorsión, pero un amigo le aconsejó no correr el riesgo.
Con el tiempo, se dio cuenta de que Marcovich había vinculado su teléfono con el de ella.
Una vez más, en septiembre del 2020, la mujer se mudó. Lo hizo a una residencia con seguridad privada donde ella autorizaría cualquier acceso. El complejo incluía todas las amenidades, por lo que no tenía que salir.
Mientras se bañaba, un día escuchó ruidos. Creyó que era su pareja, pero no: alguien había entrado al departamento, ya que había una colilla en la cocina. Solicitó el protocolo de vigilancia, pero no apareció nada.
Solicitó el Código Águila, ahora en la Alcaldía Benito Juárez, e incluso Gaby la asesoró para levantar la denuncia.
Mientras daba la narrativa de hechos, con la ayuda del perito le fue concedido el Código Águila en toda la CDMX. Después, por la pandemia de Covid-19, a finales del 2021 su pareja y ella no podían pagar el departamento y se mudaron a vivir con sus suegros.
También revela que a raíz de la intervención quirúrgica de años atrás, Marcovich toma antidepresivos porque su cerebro no segrega la cantidad necesaria de serotonina.
Afirma que, como consecuencia de somatizar tantas emociones, ella ha desarrollado cáncer en el estómago. Está en tratamiento.
Hasta la fecha no se siente segura al salir a la calle, evita usar transporte público y, si lo hace, intenta ir acompañada o va escribiendo mensajes con alguien.
“Él va ganando terreno y minando tu vida de una manera silenciosa”, puntualizó.
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