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De Patrulla Fronteriza a activista

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CIUDAD DE MÉXICO

En la Patrulla Fronteriza, Jenn Budd fue víctima y victimaria.

Fue violada por un colega cuando estaba en la academia para convertirse en una agente y sus superiores no hicieron nada pese a que lo denunció. Ya en las filas del cuerpo, con el uniforme verde olivo y una insignia, persiguió migrantes y solicitantes de asilo -hombres, mujeres y niños- que sólo escapaban de la violencia y la pobreza en sus países de origen.

Fue también víctima cuando otro colega decidió atropellarla por considerar que no debía pertenecer a la agencia y le rompió el brazo y la pierna. Y fue victimaria de nuevo cuando golpeó con una linterna a un migrante que había encontrado en el desierto de California porque se negó a obedecer sus órdenes.

Criada en Alabama, Budd entró a la Patrulla en 1995 sin saber mucho de ella. Necesitaba un empleo y la agencia estaba entrando en una expansión masiva por la Operación GateKeeper del Presidente Bill Clinton, que buscaba combatir la migración.

Tras varios años en la Estación Campo, California, en el Sector de San Diego, y después de haberse convertido en una Agente Sénior, se vio obligada a renunciar al descubrir que uno de sus jefes estaba involucrado en el tráfico de droga.

En su libro Against The Wall (Contra El Muro), publicado en julio pasado, Budd relata su paso como oficial y su eventual transformación en activista por los derechos de los migrantes tras dejar la Patrulla e intentar suicidarse por los problemas mentales que le generó “cazar personas” en las montañas californianas.

“La Patrulla Fronteriza siempre ha sido racista, siempre ha sido misógina, siempre ha sido xenofóbica”, dice la autora en entrevista.

“Se ha vuelto más radical, más xenofóbica, más racista y más brutal en sus políticas y acciones”.

Los secretos más oscuros de la Patrulla están en su libro. Exhibe, sin tapujos, al llamado Monstruo Verde, venerado tanto por republicanos como por demócratas y temido por los migrantes.

Exhibe la cultura de la violación y la misoginia de la que fue víctima más de una vez. Incluso en 2021, el entonces jefe de la agencia, Rodney Scott, hizo una sugerencia sexual en su contra en Twitter por denunciar las políticas migratorias del Presidente Donald Trump. “Recuéstate, cierra los ojos y disfruta el show”, escribió Scott entonces.

El libro revela también el racismo que se enseña a los agentes desde la academia a través de los términos para referirse a los migrantes: “wetbacks” (espaldas mojadas) o “toncs”, éste último por el sonido que hacen sus cabezas cuando los oficiales los golpean con sus linternas. Y pone al aire libre la corrupción, con equipos especiales dentro de la Patrulla que se encargan de fabricar pruebas para defender a los agentes que disparan, golpean, violan o matan a migrantes.

LOS MUROS NO SOLUCIONAN NADA

Las primeras barreras fronterizas entre México y Estados Unidos construidas por el Gobierno federal se remontan al inicio del siglo 20, pero fue hasta la Administración del Presidente Jimmy Carter (1977-1981) cuando las rejas y muros comenzaron a expandirse. En 1978, el Congreso aprobó el pedido de Carter de 4.3 millones de dólares para construir 53 kilómetros de vallas alrededor de puertos de entrada.

Y entonces más administraciones siguieron sus pasos, incluyendo a las demócratas, hasta que, al lanzar su campaña, el republicano Donald Trump dijo sin pena lo que muchos estadounidenses blancos pensaban: “Construiré un gran muro”.

Pero Budd vio cómo en los 90 los muros de la Administración Clinton transformaron la frontera. Las rejas de ese tiempo sólo trajeron más muertes de migrantes que intentaban cruzar por rutas más peligrosas, y dieron a los cárteles el poder en el negocio de tráfico de personas.

Encontró, y por eso el título de su libro, una analogía entre las barreras que Estados Unidos ha erigido para evadir un tema del que es responsable y las que ella misma construyó para justificar su permanencia en La Migra.

“Estamos diciendo que la inmigración es un problema en Estados Unidos, pero cuando ves de dónde vino el problema, el problema vino de que Estados Unidos, fue a países, a través de otras corporaciones, y los capitalizó, y terminó robando mucho territorio, muchos recursos y propiedades en esos países de donde vienen muchos de los solicitantes de asilo”, condena.

LA ABOLICIÓN DE LA PATRULLA

En 2015, tras lustros de arrastrar los problemas de su niñez y el trauma de la Patrulla Fronteriza, Budd intentó quitarse la vida cortándose las venas.

Sobrevivió, gracias a la ayuda de su esposa, fue a terapia y le diagnosticaron Síndrome de Estrés Postraumático y Bipolaridad tipo 2, aquella sin exabruptos de violencia sino episodios graves de depresión.

La medicina y los expertos ayudaron, pero para sanar realmente necesitaba redimirse, encontrarse con aquellas personas a las que había lastimado y violado sus derechos, escuchar sus historias.

“Cuando tuve mi intento de suicidio, pensé ¿qué voy a hacer para cambiar las cosas? No fue sólo acerca de mirar en mi pasado y en las cosas que me habían sucedido. Me di cuenta de que parte de la manera en que terminé en el hospital fue porque estaba yendo en contra de mis valores básicos”, se sincera.

“Tenía que ir y sentarme con solicitantes de asilo y migrantes que habían sido abusados por la agencia a la que había pertenecido, la Patrulla Fronteriza. Tenía que escucharlos y no decir nada, tenía que escucharlos y no juzgarlos. Tenía que escucharlos y creerles, que es algo que no habría hecho como agente”.

Así, Budd comenzó a frecuentar organizaciones a favor de los migrantes, a hablar en público sobre la brutalidad de la Patrulla, a ayudar en refugios y a dejar comida y agua en las rutas que recorren los refugiados para ingresar a Estados Unidos mientras evitan a los oficiales fronterizos.

Ahora, dos décadas después de haber dejado la agencia, Budd, sin titubeos, pide su abolición.

Tras dos años de cruces récords de indocumentados en la frontera, tan solo con 240 mil 991 en mayo y 207 mil 416 en junio, la idea parece imposible, sobre todo en un año de elección, y menos después de que políticos como Trump y el Gobernador de Texas Gregg Abbot han capitalizado la migración para ganar a sus bases.

Pero los migrantes no son números y el planteamiento de Budd no es ingenuo. No propone una política de fronteras abiertas, no toda la gente que cruza es buena, advierte. Hay narcotráfico, en efecto, y otras problemáticas.

Pero la mayoría de los que cruzan son personas buscando una vida mejor.

Y, recalca, el mayor peligro para Estados Unidos no está del otro lado del muro, sino adentro, con la facilidad con que se pueden comprar armas y cometer masacres masivas, como la de la Escuela Primaria Robb, donde 19 niños y dos maestras fueron asesinados a balazos por un joven de 18 años que pudo comprar un rifle AR-15.

“La cosa con el muro, y la analogía del muro, es que te da una falsa idea de seguridad. Te hace creer que estás a salvo porque está ese gran muro que te mantiene lejos de lo que sea que esté en el otro lado”, concluye.

“Pero la realidad es lo que vimos en Texas con el tiroteo de Uvalde”.

TÁCTICAS NAZIS

Budd tiene la cara de un policía, ella lo sabe: el rostro ancho, el ceño trabadamente fruncido y una mirada de desprecio. Utilizó esa cara muchas veces para intimidar a migrantes, pero también para hacerse pasar por ruda ante sus compañeros que la menospreciaban y la acosaban por el simple hecho de ser mujer en un empleo de hombres.

Entonces delgada, rubia, joven y lesbiana, tuvo que ingeniárselas para sobrevivir en el cuerpo policial machista. La verdadera pugna, no obstante, fue ignorar todo lo que creía -los derechos civiles y la Justicia- y cazar gente por ser morena y pobre.

Su trabajo, confiesa, le hizo compararse a sí misma y a la Patrulla con los nazis.

“No puedo evitar pensar en las similitudes de lo que estaba pasando en el Holocausto, separando a niños de sus padres para hacer que los padres hagan lo que las fuerzas de seguridad les dicen”, comparte.

Pasó entonces, cuando Budd era agente, entre 1995 y 2001, pero sucede también ahora. Y la Patrulla se ha radicalizado, asemejándose más al horror del siglo pasado.

“La crisis de refugiados bajo el puente de Del Río en la que tenías a 15 mil personas negras y morenas retenidas bajo el sol de Texas rodeadas por rejas y personas con rifles de asalto… bueno, eso me recuerda a un campo de concentración”, dice sobre los miles de haitianos que fueron arrestados por la Patrulla Fronteriza en Texas en septiembre del año pasado.

“No digo que sea necesariamente lo mismo, pero es importante señalar las similitudes”.

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