#Chihuahua •
La elección presidencial de 2024 será histórica, al igual que la lucha de muchas mujeres en este país y en el mundo entero.
Hace algunos días, realicé un breve ejercicio con mis alumnos: les pedí que escribieran una lista rápida de personajes históricos, dividida por género. Los jóvenes llenaron inmediatamente el listado masculino, desde Aristóteles hasta Barack Obama, reconociendo el papel transformador de los hombres en la política, las artes, los deportes y la ciencia. Sin embargo, en el lado femenino, la enumeración fue complicada. Aparecieron nombres como Shakira y Lady Gaga. No es que minimice su talento artístico, sino que me pareció identificar cómo, desde esta conciencia colectiva, los jóvenes y muchos adultos ignoramos la presencia de la inteligencia, creatividad y astucia femenina en el desarrollo de nuestra sociedad.
Es muy probable que en algunos meses este país sea gobernado por una mujer. Pero, ¿existe una valoración y aceptación del aporte de cualidades que una mujer puede impregnarle a un sistema político históricamente masculinizado como el nuestro? ¿Hay un cambio significativo en los estados mexicanos que han sido gobernados por una mujer para las propias mujeres? ¿Representa esto una esperanza, o solo es que los modelos patriarcales han agotado sus posibilidades de permanencia en el poder y buscan abanderarse detrás de las faldas? La historia lo juzgará, y espero que esta vez juzgue bien.
Porque justamente eso creo que nos ha pasado: la mirada con la cual se sigue observando la realidad social es vista desde una lupa con un ojo afectado por la miopía machista, alterado por los roles de género asignados a las mujeres, lleno de lagañas culturales que ocultan la aún presente supremacía de los hombres y su papel dominante en la casa, las empresas y, por supuesto, en el ejercicio público.
«¡Calma, calma, si ya tienen candidatas presidenciales y el piso es parejo para todos!», dirán quienes jamás han sido discriminados por género para ocupar un cargo, o señalados por sus dotes físicos y estéticos cuando lo ocupan. También aquellos que creen que con eso nos hacen un favor, como concediéndonos permiso para participar, a sabiendas de que no se alterará su statu quo, pues las opciones en cuestión cumplen con los parámetros de mujer domesticada y, por lo tanto, no peligrosa.
Alguien más podrá decir que mis ideas son un reflejo de una sociedad controlada por macro poderes que desean que las mujeres nos revelamos por el puro placer de hacerla de pedo. No puedo desmentir tales argumentos. Solo he leído lo mismo que muchos hombres, he estudiado la historia y he vivido mi propia historia al respecto. Lo único que efectivamente he podido constatar es que hemos sido ligeramente juzgadas, reconocidas y apreciadas.
Desde una Malinche tachada de traidora hasta una Adelita de cascos ligeros, el papel de las mujeres fue minimizado en la historia de México. De la primera se cuenta con códices en los que es descrita como una mujer luminosa, pintada con majestuosidad ante un Moctezuma empequeñecido y un Cortés desalmado. Doña Marina estuvo a la altura de las negociaciones necesarias para la consumación de la conquista del Imperio más grande de Mesoamérica, el Imperio Azteca. Cortés fue para ella como cualquier otro cacique nativo al cual le debía obediencia, y puso sus talentos, perspicacia e inteligencia para cumplir su misión, y por supuesto, tuvo éxito en su encomienda. Esto ha sido muy difícil de entender por más de 500 años. La Malinche no debió traicionar a los aztecas y una mujer que faltó a la incondicionalidad no debía ser exaltada.
De la segunda, a pesar de ser más joven, tenemos diversas leyendas. Para los historiadores de la época, las mujeres no aparecieron significativamente en la Revolución. Nos contaron la historia romántica de aquellas enamoradas que, siguiendo a su hombre, se incluyeron en la lucha armada; y ahí las etiquetaron como “tortolitas heroicas” o como “Adelitas”. Y aunque existen algunos elementos históricos para identificar la vida de Adela Valverde, una mujer extraordinaria que nació en Chihuahua, probablemente en nuestra ciudad, que fue condecorada como «Veterana de la Revolución» por la Secretaría de Defensa Nacional mexicana y, según el Museo de la Mujer, fue nombrada miembro de la Legión de Honor Mexicana en 1962, poco se sabe de otras mujeres que participaron en la Revolución Mexicana y de las que llegaron a tener cargos importantes en la lucha social. La historia y los mexicanos las olvidamos, olvidamos que muchas fueron obligadas a cargar las armas, violadas y utilizadas como en todo el mundo como instrumento de guerra.
Nos quedamos con su corrido, el más famoso del movimiento, vestimos a nuestras niñas enseñándoles que si la Adelita se fuera con otro, el hombre macho la seguiría por tierra y por mar, mostrándoles una imagen que no transgrede su papel fundamental de amor absoluto, como si esto fuera más importante que el valor de defender su tierra, que sí cuidaron a los niños en las trincheras pero también cargaron de los cartuchos y fueron como las llamó Elena Poniatowska, “las indómitas”.
En la memoria del mexicano común esta valoración no existe. Desde la familia aún persisten ciertos valores que deben ser preponderantes en una mujer para el reconocimiento y la admiración, valores que, sin menospreciarlos, no representan la esencia revolucionaria y creativa de las mujeres de esta ni de ninguna época, valores como la sumisión, la incondicionalidad, la ternura y la bondad, en sí, el bien del otro (padres, hijos o esposos) sobre el propio.
Y aunque actualmente se reconozca, de cierta forma, la fuerza, la determinación, la valentía y el coraje de las féminas, estos no representan un referente significativo de admiración social, pues no nos lo han enseñado.
Y ante un país con tan limitado reconocimiento del quehacer femenino en cada etapa de nuestro desarrollo histórico, yo me pregunto si la sociedad mexicana tendremos la madurez necesaria para evaluar a nuestra futura presidenta desde una mirada más equitativa e igualitaria. Una visión que le permita actuar en la construcción de un país menos dogmático, más científico, más profesional, menos romántico, más crítico y menos machista.