#Chihuahua •
La señorita María del Socorro llegó a mi oficina solicitando su servicio social, al día siguiente se instaló en su escritorio, la llamamos Suky y le pedí fuera hacer las compras de limpieza para nuestra área, le entregué las llaves de mi carro y efectivo; ella se quedó pasmada viéndome fijamente a los ojos. Suky continuo a nuestro lado un tiempo maravilloso de aprendizaje, trabajo y convivencia, cuando estaba por terminar su etapa me confeso lo siguiente: “Cuando el siguiente día de conocerte me disté las llaves de tu carro y dinero pensé “estabas loca” –¿Quien en su sano juicio entrega su carro a una desconocida? – Ahora entiendo, solo alguien que confía”.
Algunas situaciones desagradables me han sucedió por confiar, pero otras más extraordinarias han podido compensar esa necedad de creer que hay mucha más gente buena que maliciosa.
La confianza esta impregnada en cada momento de nuestro día, confiamos que el carro encienda por la mañana, que haremos el tiempo predestinado para llegar al trabajo, que los hijos estudiarán en la escuela y que los amigos estarán para ayudarnos si ocurre un imprevisto. Confiamos que la recolección de la basura llegue, que nuestro equipo de trabajo cumpla sus metas, que nos paguen lo justo y por su puesto confiamos en el cariño de las personas que amamos y nos aman.
Confiar es un antídoto del alma.
Si los pensamientos son la base fundamental de nuestras emociones y acciones tener la esperanza en alguien, o en algo de que se conseguirá lo que se desea es imprescindible para tener relaciones sociales más simplificadas y armoniosas.
Quien constantemente desconfía de sí mismo, de las personas y del mundo, vive en un estado de tensión y alerta, esto como ya sabemos es un detonador del cortisol que es el generador del estrés y por lo tanto de muchísimas enfermedades psicoemocionales y físicas.
Sin embargo, no siempre es fácil confiar, los seres humanos no somos completamente transparentes respecto a lo que pensamos y sentimos, tememos a ser heridos y evidenciados o cuando creemos que no somos lo suficientemente buenos para cubrir las expectativas de los demás mentimos.
Cierto hay niveles de confianza, espacios de confianza y formas de confía, a lo que me refiero en este momento es a nuestra disposición personal de establecer vínculos de aceptación mutua y credibilidad en la buena voluntad de las personas, mayormente de aquellas que están en nuestro circulo inmediato.
No sé si le ha ocurrido, pero estar cerca de alguien a quien ya le perdió la confianza es un coladero de energía que va desgastando el animo y la creatividad, luego vienen las tensiones y después irremediablemente los conflictos.
A pesar de predecir que algunas cosas llegaran a su buena causa, también existen otras que nos ocupan la mente en un estado incertidumbre ¿Le gustará la comida que preparé a mi esposo? ¿Tendré el rendimiento que mi jefe espera? ¿Será honesta esta mujer? ¿Cumplirá sus propuestas este candidato?
La confianza es un valor intrínseco del ser humano por lo tanto creo que “ nadie da lo que no tiene, pero también nadie puede esperar de los demás lo que no hay en sí mismo”.
-Desconfiamos de los demás quizás porque no creemos realmente en nosotros-.
Cuando comprendemos que hay personas capaces de realizar cosas espantosas, estamos obligados a confiar que habrá otras que están dispuestas a enmendarlas simplemente por que nosotros mismo lo haríamos en la medida de nuestras posibilidades.
La buena noticia es que somos libres de elegir en quién confiar, no como una regla moral si no como una forma de vida que nos ayude a aligerar el peso de la incertidumbre de nuestra acelerada civilización, pero sobre todo para tener una visión esperanzadora en algo o en alguien , creer que es posible la generación de buenas propuestas de buenas obras y buenos gobiernos; confiar que si hemos sido posibles de construir el caos tenemos la capacidad de arreglarlo.